Je veux vivre.

            Ya está decidido.
            Mañana mismo, cuando amanezca, presento mi carta de renuncia pero no sin antes decirle cuatro cosas al señor Rivera, el imbécil ese que tengo por jefe. ¡Ya quiero ver su cara cuando vea mi carta y escuche todo lo que tengo que decirle!
            Recogeré mis corotos del escritorio y los pondré en la caja de cartón que separé hace dos semanas y que está escondida en el almacén del señor de la limpieza, ya hablé con él, le conté mis planes, incluso, aunque creo que no entendió muy bien, sólo me miraba con expresión perdida y vacía pero me aseguró que no botaría la caja, es más, hasta la colocó sobre unos estantes para que su compañero, el de la noche, no la vea ni la bote. Mi caja estará a salvo.
Luego me despediré de mis compañeros, pero sólo de aquellos que me caen bien y a los normales, aquellos con los que se tiene una relación normal, ni buena, ni mala, alguien de quien te despides no con un abrazo ni mucho menos con lágrimas, sino con un fuerte y varonil apretón de manos e incluso —depende mucho de la persona, también— con una palmada en la espalda y un "buena suerte" en los labios, los considero bastante, son tan equilibrados... Pero a los que no me caen, sólo les dirigiré la palabra para decirles todo lo que me he tenido que guardar durante estos seis años, sobre todo a López, que desde que fue a decirle al imbécil de Rivera que yo caminaba por los pasillos sin rumbo y éste le creyó sin siquiera pedirme un descargo, me cae fatal. Encima con el ascenso que Rivera le dio, ¿qué pasa con los jefes? ¿No tienen lavadoras de medias en sus casas? ¿O acaso la saliva es buena para la suavidad de las medias? No lo sé, pero no me importa ya.
            Esta vez sí le daré una propina al muchacho que cuida y limpia los carros en la puerta de la oficina, aunque yo no tengo carro, me da pena el pobre, siempre le digo que estudie para que tenga un buen y brillante futuro pero me mira con esa expresión perdida y vacía, idéntica a la del señor de la limpieza, y me pide un sol que nunca he tenido, pero ahora, con la liquidación que voy a tener por estos seis años, quizá hasta lo invite a almorzar, siempre he querido ayudar a la gente.
Una vez en casa saldré con Nico a caminar. Nico es mi perro y admito que no lo saco a pasear muy a menudo, eso de trabajar de 9 a 6 es terrible, no deja tiempo para nada; luego a almorzar con mi mamá, nos lo merecemos, claro que sí.
            Veré televisión y dormiré hasta tarde. Será viernes porque hoy es jueves y aunque no he prosado ni me he puesto nada a la mala, he planificado todo. Y luego sábado, cuando les escriba un correo a todos mis amigos por correspondencia, sí, le escribiré a Sofía en Marruecos, a Ingrid en Alemania, a Candide en Francia, a Carla en México, a Edwin en Austria y a todos los demás. Les diré que soy libre. ¡Por fin! Y que voy en camino a visitarlos. ¡Por fin!
Ya imagino sus caras al recibir la noticia. ¡Hace tanto tiempo que nos conocemos (virtualmente, claro)! Y siempre me preguntaban "¿cuándo vienes a visitarme? ¡Te puedes quedar en mi casa!". "Quizá este año", respondía, mentirosísimo, yo porque este trabajo no me daba capacidad para ahorrar ni para un viaje a Chincha, caray, y ni qué decir de la disponibilidad de tiempo. El muy cretino del señor Rivera sólo daba una semana, obligado por ley, de vacaciones y, a sabiendas de mis planes de querer visitar a estos amigos, sobre todo a los que viven más lejos, me daba esa semana en temporada alta. Claro, pagar el doble para llegar en dos días, me quedan tres y luego me regreso. Qué hombrecito para más cretino. En fin, no vale la pena amargarse. Esto se acaba mañana mismo.
Aprovecharé también (¡por fin!) en invitar a salir a Sara, con lo linda que es y lo que me encanta; la llevaré a algún restaurante elegantón, que aparezca en esos rankings internacionales y en las páginas sociales de los periódicos. La deslumbraré con mi personalidad y mis conocimientos, hablaremos de literatura contemporánea y de geografía, porque he podido notar que a ella le interesa esos temas, es cierto que hemos hablado poquísimo en estos seis años, soy una persona muy tímida, lo admito, pero cuando le cuente cómo mandé al carajo a Rivera, me admirará por eso, luego saldremos unas veces más y le pediré que sea mi novia y, ¡ya sé!, que me acompañe en mi viaje.

            Una vez en Francia, luego de haber pasado unos días espectaculares en casa de Candide, en Clermont – Ferrand y haber conocido la región, visitaremos París y ahí conseguiré trabajo en el aeropuerto, siempre quise trabajar ahí, me fascinan los aviones. Luego, haremos los trámites para conseguir la residencia legal e iniciaremos una nueva vida juntos y le enviaré fotos de mi felicidad a Rivera y a López, su insoportable adlátere y se morirán de envidia mientras yo me regodeo en un departamento precioso del seizième arrondissement. Después de haberme hecho con un auto alemán (no aspiro a menos), nos casaremos y pasaremos nuestra noche de bodas en alguna isla de ultramar, Nueva Caledonia, posiblemente, siempre me llamó la atención ese nombre; vendrán los hijos y, ya con nacionalidad francesa nos desentenderemos de los trámites…

— ¿Gustavo?

…y visitaremos el Perú esporádicamente y, a propósito, pasaré por la oficina para que Rivera me vea…
— ¿Gustavo?
… y sepa que conseguí todo lo que siempre quise gracias a que me largué de su espantosa oficina y que no lo necesité para nada en mi vida, que todo mejoró desde que…
— ¡Gustavo! —dijo mamá— Levántate ya: debes ir a trabajar.

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