Siempre tengo razón.

- ¿Entonces
- Pues... - y me miró con sus ojos marrones, algo compungidos y confundidos-, pues, creo que sí -y sonrió. 
- Eres un idiota -e hice una mueca de impaciencia- vas a ver que todo lo que te he dicho, resulta cierto... Sebas, ella no te quiere. 
- No exageres -respondió, haciendo una triste sonrisa. 
- Bueno -contesté- haz lo que quieras -un breve silencio llenó la sala-. Mira, ya llegó tu taxi.
Miró por la ventana, apoyándose en el sofá negro y asintió. Se despidió de Danielito y salió de mi departamento. 
Lo acompañé hasta el ascensor. 
- ¿Entonces? 
- Iré -respondió sonriendo, pero con esa tristeza de hacía un par de minutos atrás-, quizá no deba pero... 
- Bueno -le interrumpí-, tú sabrás lo que haces. 
Se cerró la puerta del ascensor y su presencia se esfumó. Volví a mi departamento y alcancé a ver cuando se metía en el taxi. "Pobre Sebastián, pensé, creo que su soledad le hace aceptar cualquier situación, incluso perder la dignidad... En fin, ya le dije, que se joda... No, pobre... Bueno...". Decidí de dejar de contradecirme un rato. 
- Daniel, recoge esos juguetes -me sacudí la mente desquitándome con él.
- Pero mamá, recién estoy empezando... 
- Recógelos y juega en tu cuarto. Me miró a través de sus anteojos con gesto de descontento y empezó a recoger sus juguetes. 

Yo, a Sebastián, lo conocí en el trabajo. 
Al principio, pensé que me quería gilear, pero sus frases no eran las del típico idiota pseudo-pendejito que buscar afanar a cuanta mujer se le cruzara en el camino (y no, no me doy ínfulas de mamacita ni nada similar, pero bueno, al César lo que es del César) sino completamente diferentes. Recuerdo cuando me dijo "Vale, por qué te casaste". Me dio mucha risa y me di cuenta que no quería nada conmigo. Su sentido del humor negro y ácido era compatible con el mío. Su único problema radicaba en no medir sus comentarios ni la "acidez" de los mismos: comentarios destructivos, con una acidez quemante y una negrura de humor bastante sarcástica y muy graciosa... Claro, para aquellos quienes lo entendíamos, que éramos pocos; a los demás, los podría clasificar en dos grandes grupos: los que se reían y decían cosas sin importancia, así como "oye, te pasas" y seguían su vida y los otros, que se reían, lo celebraban y, media vuelta, iban comentando a sus espaldas que "esas cosas, no me parecen" y, si podían tirarle dedo con algún superior, tanto mejor, más felices y realizados se sentía por haber cumplido con tan digno deber moral, habrase visto. 
Además de ese contratiempo temperamental, tenía un serio problema consigo mismo; bueno, no lo calificaría como "baja autoestima" porque no soy psicóloga, además quién soy yo para juzgar... El problema es que dudaba mucho de sí mismo y sus capacidades, no laborales, puesto que era un trabajador excelente, muy abocado y perfeccionista, sino más bien de sus capacidades interpersonales, puesto que, además de sus comentarios y expresividad hiere-falsas-morales, había momentos en que se encerraba en sí mismo, apenas si hablaba y cuando lo hacía, hablaba cualquier tontuna. 

Un día, durante el almuerzo, sentado junto a mi, me preguntó: 
- Valeria, ¿yo soy feo? Lo miré con sorpresa y creo que hice un gesto de incredulidad puesto que no creía que fuera él quien me hacía esa pregunta. 
- Claro que no, cojudo -le respondí-; tú no eres feo. 
- ¿Segura?
- Sí, huevón -y lo jalé hacia un lado, frente al espejo que había al centro del comedor-; mírate. 

El reflejo devolvía el movimiento de sus ojos que iba desde su cabello hacía sus zapatos.

Con Sebastián nos llevábamos así, bromeábamos sobre los compañeros, hacíamos comentarios muy sarcásticos y nos gustaba ir a comer cualquier porquería que hiciera daño y engordara para luego poder quejarnos a gusto, pero había una diferencia muy puntual. Más que una diferencia era una consecuencia de la experiencia, creo que llevarle cuatro años y haber alumbrado a dos hijos me la daba. El asunto recaía en que él decía todo lo que pensaba, sea bueno o malo, mientras que yo había aprendido a medir más mis palabras. 
- Te admiro -me dijo un día. 
- ¿Qué dices? 
 - Sí. Mira. Tú eres igual de caca que yo -y reímos- pero yo la cago cuando hablo... 
- Es cierto -y tomé un poco de agua. 
-...en cambio tú, has llegado a un nivel, no de hipocresía, sino de... no lo sé, ¿autocontrol? ¿autoconveniencia? que todos te quieren. 
- No es eso, cojudo -respondí riendo y dejando el vaso en su lugar-, simplemente he aprendido a decir lo que tengo que decir en el momento preciso, de la manera correcta y ante quién. Tu eres un imbécil que todavía no aprende. 

Y era verdad. 
Un día, en el comedor, para variar, se sentó frente a mi y me preguntó: 

- ¿Qué te parece Paula? 
- Normal -y me llevé el vaso a la boca mientras miraba hacia otro lado. 
- No pues -protestó-, tú sabes a lo que me refiero... 

 Y a lo que se refería fue que un día, sin querer, puesto que no me gusta que se sepa, le hice una pequeña confesión cuando me mostró la foto de una chica a quien había conocido por internet. 
- Es linda -y miré mejor la imagen que me mostraba desde su celular-, se nota que le gustan los niños, ¿trabaja en algo relativo a niños?, además es tranquila, ¿por qué no la invitas a salir? 
- ¿Cómo supiste? -me preguntó bastante asombrado. Me di cuenta que había hablado más de la cuenta pero qué mierda, era mi amigo y ya había abierto el hocico. 
- Bueno -comencé lentamente-, lo que pasa es que... puedo "ver" (e hice el gesto con los dedos) como es una persona... por dentro. Me doy cuenta que eres una buena persona, que le falta darse cuenta de cómo funcionan las cosas, que eres muy dedicado, que tu madre es todo para ti...
Sebastián me miraba fijamente. 
- Quita esa cara de cojudo.
- Es la única que tengo -respondió después de unos segundos.

-...sabes a lo que me refiero -repitió.
- Es la quinta o sexta flaca sobre la cual me preguntas... -dije, fingiendo hastío, en realidad yo había visto algo en ella, pero no quería decirle qué.
- No importa, no importa. Vamos, dime qué ves.
Vi la expectación en toda su cara y me sentí mal. Mal porque presentía que nada bueno saldría de algo entre ellos, porque era menor que él, porque se notaba que ella no buscaba nada porque no sabía qué buscar, porque no podía ver nada dentro de ella, porque veía una mancha blanca, una confusión, algo informe y vago... algo que me asustó un poco y eso me ponía mal porque, dentro de su tozudez -y tetudez- sabía que él no me escucharía y que, quizá y sólo quizá, todo terminaría mal... aunque, claro, quizá me equivoque... Decidí decirle para que después no diga que no le dije.
- No sabe lo que quiere.
- Eso no es nada -replicó-, yo tampoco sé bien lo que quiero.
- No me entiendes -dije-, es una persona que está con muchos conflictos internos, además de ser chibola, ¿no? ¿Cuántos años le llevas? 
- Cinco.
- ¿Ya ves? Hazte el cojudo, nomás, no te compliques la vida -si hubiera tenido un cigarrillo, me lo hubiera llevado a la boca y eso le hubiera dado un énfasis y un caché de la puta madre a mi afirmación.
Me miró entre desilusionado y medio impaciente.
- En serio, pues.
- En serio -afirmé-; mira, lo que veo es que... -y me sinceré-, no veo nada.
- No me mientas -protestó sonriendo-, ibas a decir lo que veías.
- Te lo acabo de decir, cojudo: eso es lo que veo, nada.
- ¿Cómo que nada?
- Nada, pues... Hay una confusión ahí dentro... no hay nada claro... No te lo recomiendo.

Él miraba la mesa, como pensativo.
- Mejor tíratela y listo. Te olvidas de ella.
Se molestó un poco ante mi idea, que cómo se me ocurría, que él buscaba algo serio y se mandó un mini discurso.
- Cállate ya -le increpé-, deja toda esa rosadez.
Rió ante la palabra: rosadez.

Pasaron un par de meses y Sebastián me contaba sus progresos. A mí me parecía más bien el relato de una persona que se hunde más y más en la mierda y por su propia voluntad y gusto. Debe ser que ya no creo en esas cosas, en esa rosadez...
- Nos encontramos en un parque -empezó-, ahí por Miraflores. Caminamos y caminamos. Las noches anteriores, mientras hablábamos por WhatsApp, le enviaba letras, así como que de canciones antiguas, romanticonas...
- Rosadas -interrumpí, hastiada.
- Sí, bueno... "rosadas" -e hizo el gesto ese de los dedos-; y, bueno, estábamos en el parque, hablando y nos besamos y yo le dije...
Dejé de escuchar. Pensaba en cómo actuar a futuro. Podía fingir interés e, incluso, apoyarlo a conseguir sus objetivos porque, siendo sinceros, Sebastián tenía potencial sólo tenía que dejar esa actitud, como le habían increpado, después de un derrame de falsa moral vomitado por sus detractores, uno que otro supervisor, pero eso sería empujarlo a la fosa. Por otro lado, hacerme la loca y mantenerme completamente indiferente hacia su situación, a cada cosa que él hiciera, responderle secamente jódete. Tampoco. Eso no va tanto conmigo: si tiendo a estimar a alguien, tiendo a preocuparme, aunque sea un poquito, por este alguien, por más que sea un idiota. Quizá podría, sin inmiscuirme demasiado ni aparentar muy entrometida (a fin de cuentas, es un hombre viejo, no me jodan), tratar de disuadirlo de a pocos y que busque otra opción mejor. ¡Dios vivo, habiendo tantas chicas en esta empresa y justo se le ocurre fijarse en la menos adecuada! Según mis intuiciones, claro.
- ...y mañana nos vamos a ver.
- ¡Qué bien! -respondí, casi interrumpiéndolo, con una amplia sonrisa y cogiéndole la muñeca. Me miró algo extrañado, como si sospechara que le había hablado al aire.
- ¿Qué te parece? -y señaló hacia la entrada del comedor.
Giré levemente y ahí estaba Paula. No sé qué le veía, en realidad. Era blanca y de ojos marrones grandes y ahí acababa el encanto. Nariz aguileña, cabellos teñidos, medio grasos, cuerpo sin curvas, algo gordita, plana por delante... En fin, y repito, no sé qué mierda le vio. Volteé nuevamente y lo miré mientras seguía a Paula con la mirada y le devolvía una sonrisa. Se sentó junto a otros compañeros.
- ¿Por qué no se sienta aquí, contigo? -pregunté extrañada.
- Pues, es que lo nuestro no es algo... formal y, bueno, ademas, no queremos que la gente ande hablando de más, tú sabes cómo es el chisme en este lugar...
- ¿Tú o ella?
- ¿Qué cosa?
- ¿Eres tú o ella quien no quiere "que la gente hable"?

- Bueno -y vi en su rostro la marca del autoconsuelo autoimpuesto-, es que acaba de terminar con su enamorado hace un par de meses y piensa que su mamá le va a reclamar que por qué anda con otro tan pronto si Jaime era tan bueno, además que ella lo quería bastante, incluso casi tuvieron un hijo, a pesar de todo...
- ¿Qué todo?
Miró la mesa, algo avergonzado.
- Pues nada -y trató de minimizar sus palabras-, una vez se separaron, se pelearon por un tiempo y ella aprovechó para salir con sus amigas, como cualquier chica normal -hablaba tratando de imprimir lógica a sus palabras, como justificándola-, y en una reunión, conoció a un pata y bueno, pues, tiraron.
- ¿Ese mismo día?
- Sí -y volvió a mirar la mesa-, varias veces. Hasta que un día se aburrió.
- ¿Se aburrió? -a mí no me engañas.
- Tuvo un susto -admitió-, tú sabes... Casi sale embarazada.
- Ah -no quise agregar más.
- Pero dime -insistió Sebastián.
Lo miré fijamente, luego giré la cabeza hacia la izquierda y miré a Paula, quien de vez en cuando, le buscaba la mirada, solté un suspiro y me sinceré:
- Te va a cagar. Vas a ser el "parche". No sabe qué quiere, pero de lo que estoy segura, es que no te quiere.
- Me lo ha dicho -manoteó, aunque ya estaba ahogado.
- Yo también puedo decir muchas cosas pero no quiere decir que sean ciertas.
Él no contestó. Volteó a mirarla, ella le sonrió y en su mirada vi cómo se cagaba en mis palabras. 

- ¿Y?
- Sí, ayer salimos todos... Carlos, David, Patricia, María y tres brothers más.
- ¿Qué más?
- Pues... -tomó algo de aire-, no salió todo tan bien...
- ¿Te la tiraste?
- Llegamos a un hotel, pero... fue todo tan ridículo...
- ¿Qué pasó?
Lo que pasó fue en verdad ridículo. Estando ya en ropa interior, él fue al baño un rato y ella aprovechó para vestirse. ¿Qué le pasó? Si fue ella incluso quien lo presionaba para tener sexo (según le dijo, tiempo después, era para poder "enamorarse de él") y salió del hostal dejándolo a medio vestir para después decirle que no quería nada con él, que todo se había salido de control y demás... Qué bueno, pensé, eso será lo mejor para Sebastián... pero no, el muy idiota le escribió y la convenció, con palabras rosadas, de que no era un error, que ella no había forzado nada y demás cojudeces. A la semana terminaron juntos en un hostal de Miraflores y empezaron seis meses tormentosos para él.

Así es como llegamos a este momento.
Es increíble como podemos llegar a creer que dependemos de una persona para sentirnos felices o realizados y, tanto peor, preferir una presión, un tormento, un sufrimiento, en fin, algo tormentoso y tóxico, a estar solos. Nos acostumbramos a la situación, a los hechos, al momento, a creer que hemos tenido "un golpe de suerte porque estas cosas no nos pasan a nosotros" y no queremos dejar eso que creemos que nos llena, y, a pesar de saber que son malos para nuestra salud mental, a veces, nos encabritamos y nos empecinamos a quedarnos así porque "no sabemos cuándo volverá a pasar".
Pero hay señales, sí, pero no todos saben verlas...

Esos seis meses estuvieron llenos de ilusión, cosas rosadas, noches enteras escribiéndose en el telefonito, almuerzos juntos en el comedor, visitas al cine, a uno que otro restaurante de comida Tex-mex y mucho sexo. Eso suena como una relación perfecta, ¿no es así? Bueno, Sebastián lo vivía pero no lo llenaba. A los dos meses, me lo confesó, bastante alterado.

- No la quiero, Valeria -decía, dando vueltas en la oficina-; sólo que...
- No me digas que está embarazada -y le cogí la muñeca.
- ¡No! -gritó tocando la mesa con los nudillos- Mein Gott! No, claro que no... Sólo que... Es eso... No la quiero... Fue como un gusto inicial, todo chévere, pero... los días pasan, ¿sabes? No me molesta las cosas del pasado, total, todos tenemos uno, pero... cada día me desanimo más y más, pero mi cerebro quiere creerse el cuento que "estoy enamorándome" y le escribo cosas bonitas, rosadas, como dices tú. Y me estoy tratando de convencer a mí mismo que la necesito en mi vida, que no puedo vivir sin ella, que es imprescindible que me quiera...
- ¿Por qué no le dices para formalizar? -le pregunté, aunque yo ya sabía la respuesta.
Me miró, miró la mesa, como siempre hacía, y murmuró:
- No quiere...
Bueno, con eso se completaba el círculo de "no quiere que la gente hable".
- ¿No quiere? -pregunté y fingí asombrarme- Bueno, Sebas, ahí tienes... Deberías aprovechar tu tiempo buscando una flaca que sí te quiera y...
- No puedo -respondió mirando la mesa. Temí alguna de sus respuestas fatalistas.
- ¿Por qué?
- Ya me acostumbré -contestó-, es como si... como si quisiera pertenecer a su mundo, conocer a su familia, creerme toda la farsa... Es como si estuviera en el teatro y estoy viendo una obra sobre algún mundo mágico y me dan ganas de abandonar esta vida de mierda y unirme a ese mundo, porque en ese mundo se es feliz...
- Crees que se es feliz -lo corregí.
- Bueno -suspiró-, cada uno tiene derecho a creerse lo que quiera...

Definitivamente, mi amigo estaba mal. Estaba saliendo (ni siquiera de manera formal, Dios) con una chica a quien no quería pero con la que quería formalizar, con una chica que no sentía por el otra cosa que no fuera "las ganas de pasar el rato", lo cual, en una situación, llamémosla así, normal, todo quedaría como "amigos con derecho" y todos felices; pero el problema radicaba en que él, solo por tanto tiempo, buscaba, aun por la fuerza y en detrimento de sí mismo, una persona a quien querer, con quien pasar la vida y todas esas rosadeces y, además, ella alimentaba esa falsa ilusión: él había empezado una falsa fogata y ella la alimentaba con mentiras. ¡Ah, qué gente!

Mientras Danielito terminaba de guardar sus juguetes, entré a su cuarto y me eché en su cama, pensando en lo que Sebastián me había contado.
Un buen día, Paula decidió, cagándose en todas sus promesas, alejarse de Sebastián, así, de la nada. Sebastián la pasó mal. Se sentía, aun sin tener un porqué, como si no hubiera sido suficientemente bueno para ella (¡qué memez!) puesto que resultó que Paula había vuelto a hablar con su ex, ya que lo extrañaba, aparentemente, y parece que le agarró la rosadez también. Me alegré de que su ex la haya ninguneado y le haya dicho que no quería nada con ella, sí, me dio gusto. Ya había cagado a su ex y ahora lo hacía con mi amigo y eso me jodía.
En el trabajo era un stress constante. No se hablaban, no se miraban. Pasaron dos meses y en una discoteca se cruzaron, un par de chelas y terminaron en el mismo hostal haciéndose confesiones de haberse extrañado, haberse seguido "queriendo", ella lloró, incluso, dijo que estaba rota por dentro... Vaya, eso me impresionó, y fuerte, y miren que yo, a mis 30 años, separada, con dos hijos, que hice de todo en la vida, creía que nada me sorprendería... Estaba rota... ¿Cómo decía esa canción...?


Muchachita ingenua,
de los ojos negros,
no eres ni siquiera
la sombra de ayer...

Hay en la tristeza
de tu desencanto
toda una tragedia
de muñeca rota...


Más no recuerdo, pero algo así iba. ¿Será posible que, dentro de toda su confusión (no diría "maldad" porque no creo que lo haga a propósito), haya pensado y reflexionado en su situación y se haya dado cuenta que una actitud así no la llevaría a absolutamente nada? No lo sé, pero en ese momento vi con otros ojos a Paula, hasta que vino lo otro.
Lo otro fue muy simple. Después del reencuentro con Sebas, todo volvió a ser como antes, pero esta vez más fuerte, ustedes saben, con nuevos bríos. Pensé que, quizá después de su reencuentro y todo lo que habían hablado, Paula pensaría de forma más madura y se convertirían en una pareja con objetivos y esas cosas. Pero no. Apenas a la semana, Paula le dijo a Sebas que iría a una discoteca. Todo bien. Cuando Sebas despierta a la mañana siguiente, le escribe como de costumbre. Recuerdo la cara de Sebas cuando lo contaba... El día de su "reencuentro" (por no decir, a la moderna, remember), ella llegó a su casa a las 10:30 de la mañana y le dijo, pícara, que era la primera vez que llegaba tan tarde a su casa. Eso hizo sentir bien a Sebastián. Cuando Paula le respondió, eran casi las 11. Le preguntó qué tal. Ella dijo que bien, que recién estaba llegando a su casa. ¿Recién?, se preguntó Sebastián; ella le dijo, es que me fui a otro lado... y sí, su terrible presentimiento, aquello que temía tanto, había pasado... Un amigo me llamó, le dijo, vio que estaba en Barranco..., él estaba en un hotel hospedado con su equipo de básquet y bueno... pasó eso...
¡Pobre Sebas! Y qué mujercilla para decirle eso así, tan suelta de huesos. ¿Por qué me cuentas esto?, le preguntó Sebastián, consternado, después de haberle cortado cinco veces el teléfono: no quería hablar con ella y además, su madre estaba cerca. Pues porque eres mi amigo, por eso te lo cuento, respondió ella, algo ofendida. ¿Sabes?, agregó él, con esto queda demostrado que tú y yo no podríamos jamás tener nada serio. ¡Qué bien!, interrumpí el relato de Sebas, ¡te diste cuenta y tuviste la fuerza para cortar algo tan nocivo!
Pero no, ella le preguntó que por qué pensaba eso, que no era justo y... Sebastián cayó nuevamente, so cojudo, le dije, ¿por qué?

- No lo sé, Valeria -respondía-, no lo sé.

Es por eso que vino a verme. Paula, tan fresca como siempre, lo había citado cerca de San Miguel y él había pasado a verme antes. Sebastián soñaba, bueno, una parte de él, que ella le iba a decir que quería formalizar, pero la otra parte (y yo) pensaba que era una más de esas citas en las que él gastaba el dinero que le hacía falta, iban al cine, comían cualquier cosa grasosa, él la dejaba en su casa, sin bajarse del taxi porque su mamá podía estar viendo, y luego él se iba. En esas citas, el sexo no estaba presente. Además que, me confesó Sebas, el sexo con ella no era gratificante, no lo llenaba; lo dejaba insatisfecho, hacía cualquier remilgo de engreimiento y lo dejaba a medias. Qué feo, le decía yo, pero él no contestaba.

A las 23:45 más o menos, sonó mi timbre. Ese día, Pedro (con quien estoy casada, pero sólo en un papel, estamos separados pero viene a veces a dormir a la casa) no iba a venir a dormir y no bien sonó el timbre, supe quién era.
- Sube -dije por el intercomunicador sin esperar saber quién era. Estaba garuando y no me había percatado. ¿Tanto tiempo había pasado desde que se fue Sebastián? Porque en el momento que se fue, no garuaba... ¿Tanto tiempo había estado pensando? Esa llovizna le daba a la situación un ambiente entre dramático y patético y vaticinaba un mal desenlace, quizá me equivoque, pero yo siempre, según Sebastián, tengo razón...

Cuando entró Sebastián, sólo la luz amarillenta de la sala estaba encendida. Su saco azul, medio descolorido, brillaba por el reflejo de las gotas de garúa.
- ¿Y bien?
Se sentó en el sofá de siempre, aquel que le daba la espalda a la ventana. Y dejó caer la cabeza sobre las manos.
- Fue insoportable... Nos fuimos a un hotel, todo normal, por decirlo así... Hasta que salió el tema...
- ¿Lo de que se fue con otro ese día?
- Exacto... Lo tomó con tanta naturalidad, como si fuera algo que siempre ha hecho y de lo cual no tendría por qué preocuparme puesto que es lo más normal del mundo...

Yo guardaba silencio.
-... le pregunté "¿yo qué número soy? El quinto, ¿no?". Me miró y me preguntó que cómo podía calcularlo. Muy fácil, le dije, si tuvo tres enamorados, aparte el tipo que conoció y, bueno, yo... 

- Eso hacen seis -respondió ella-, bastante, ¿verdad?
- A tus veinte años... No lo sé...


"...pero, ¿sabes qué fue lo peor? Que quería decirle que no más, que ahí quedaba todo, que me había cagado y feo, que yo era un idiota por haber seguido detrás sabiendo que yo no sentía nada concreto y, peor aún, que me hacía un gran daño a mí mismo... pero no pude... No pude, Valeria..."
Lo miré con algo de pena.
- ¡Bien merecido lo tienes! -quise gritarle, pero pregunté- ¿Entonces? ¿Qué vas a hacer ahora? No puedes seguir así...

Levantó la cabeza y me preguntó, con una ira hacia sí mismo muy clara en la voz:
- ¿Acaso siempre tienes que tener razón?


Sí. Yo siempre tengo razón.
Y sonreí.


Comentarios

Entradas populares